Nigra Sum, Sed Fermosa Desde hace muchos siglos, las vírgenes negras fueron veneradas en multitud de santuarios de Europa, así como en América y en África, en donde simultánea e inconexamente aparecen tales centros de adoración, sugiriendo la posibilidad de la existencia de una religión universal, que será motivo de muchos otros ensayos. La tez oscura de las virgenes ha motivado polémica, fundamentada por una tradición católica que nos lleva a una antropomorfía caucásica o al menos similar a la tez del grupo étnico predominante en la región de culto.
Recordando que desde los albores de la civilización, el hombre ha sentido la necesidad espiritual de definir lugares idóneos para el culto y a la oración y para ello ha encontrado sitios cuyas características propicien la reflexión, la búsqueda del conocimiento - el religare - y a responder las preguntas que el ser humano se ha planteado a lo largo de su existencia.
Durante miles de años bosques, cavernas, fuentes o montañas han sido lugares donde los enigmas se transformaron en creencias que propiciaron la aparición de divinidades primigenias, como el Sol o la Madre Tierra, estableciendo adoratorios en puntos donde creía poder comunicarse con ellos -lugares sagrados en focos activos de energías telúricas-, localizados a lo largo y ancho del globo. Las posteriores religiones han mantenido con mayor o menor fortuna la sacralidad de aquellos enclaves, ya que cuando alguna divinidad caía en desgracia, el templo recién erguido ocupaba el lugar del anterior, pero siempre sobre el mismo espacio de culto, el punto ancestral donde el hombre experimentaba su unión con la divinidad reinante.
Ese culto primitivo era esencialmente femenino. La Tierra, al igual que la hembra, era la creadora de vida, la dadora de alimentos que permitía la supervivencia humana. Las antiguas culturas así lo continuaron reflejando, y no fue hasta la ulterior expansión del cristianismo cuando ese culto femenino fue definitivamente sustituido por el masculino.
Las vírgenes negras eran una representación de la Madre Tierra, protectora y creadora, su culto estaba relacionado con la fertilidad y las cosechas, la buena salud del ganado y los niños recién nacidos. Druidas y sacerdotisas eran los mediadores entre las peticiones de aquellos que necesitaban de su ayuda y la deidad, eran los encargados de preparar los rituales y de hacer llegar los consejos de la Diosa. Con la llegada del cristianismo y posteriormente, la difusión de sus creencias monoteístas patriarcales, las vírgenes negras asumieron las connotaciones de la Virgen María y se la situó en criptas, pero siempre acompañadas por un niño en su regazo en representación del Dios masculino.
Su interpretación es en diversos sentidos popular y milagroso, cosmogónico y naturalista, espiritual y religioso. Como la tierra es de naturalmente de una fecundidad siempre renovada, la Diosa-Tierra era particularmente invocada por las mujeres estériles que deseaban tener un hijo. Más tarde, las Vírgenes Negras siguieron teniendo esa reputación milagrosa de conceder la fecundidad y, por extensión, de ser protectoras de los niños de corta edad.
Con el arribo de la virilidad del Cristianismo, el paradigma fue a partir de entonces adorar a Dios, encarnado en la figura de Jesús. El Mesías, el crucificado, es el que preside los altares de las iglesias y las catedrales. El culto masculino se convierte en el redentor del hombre. A pesar de todo, ese culto pagano a la Diosa Madre nunca llegó a perderse. Pero la Iglesia, que sabía que la antigua religión estaba mucho más arraigada que la nueva doctrina que ella propagaba, trató por todos los medios de minimizar la influencia pagana de la deidad femenina.
Por ello se dedicó a evitar que la figura de la Virgen María, la Madre, se igualase a la de Dios. A éste y a Jesucristo debía dedicarse el culto principal, relegando las figuras femeninas a un discreto segundo plano. Sin embargo, se debe a los cistercienses de San Bernardo de Claraval, y también a sus allegados los Templarios, el resurgimiento de la antigua tradición.
Las vírgenes negras comienzan a aparecer alrededor de los siglos XI y XII y en ellas los templarios hacían confluir a la Maria cristiana, la diosa tierra céltica, la Isis egipcia y la piedra negra cósmica Bajo el predominio de la Orden del Temple surgió un encendido culto a Notre Dame, que situaron bajo la imagen de vírgenes negras en muchas de sus posesiones y en la mayoría de las catedrales góticas francesas, edificadas precisamente en esos mágicos enclaves venerados desde la antigüedad. Ellos son quienes buscan enclaves donde se alberga una tradición mágica, tomando el término como sinónimo de conocimiento o experiencia de lo trascendente. Dichos lugares, siempre vinculados con el principio pasivo, se situaban en cuevas subterráneas, cerca de manantiales, grutas, pozos, lugares oscuros, profundos y húmedos, en donde cualquier analogía con la cámara de reflexiones es bienvenida.
Supuestamente encontradas en circunstancias sobrenaturales, las vírgenes negras al ser halladas solían exigir que se les construyese un templo de culto en el emplazamiento exacto de su aparición. Casualmente, estos lugares son siempre coincidentes con los antiguos lugares de culto de los paganos a la Gran Diosa Madre.
Para entender ello es conveniente denotar que mchas de las vírgenes negras no son María con Jesús, son figuras de Isis, con Horus en brazos. Probablemente la mitología cristiana de la Sagrada Familia no es más que una adaptación del mito de Isis y Horus. Tal y como la triada aparece en todo su esplendor desde la primera cámara del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
El color negro presente en sus íconos, debe ser asociado más que con magia negra o aquelarres, con el sistema de pensamiento, con el método de adquisición del conocimiento del adepto que sufría las pruebas iniciadoras, provocadoras de cambios cualitativos en su interior. Precisamente este color es el que se utiliza simbólicamente para representar esa tierra primitiva que, una vez fecundada, será fuente de toda vida. Es preciso evocar a un elemento como la piedra negra Kaaba, - traducida como “la muchacha de senos muy desarrollados”- para observar una intensa relación entre el islamismo y la tradición de las vírgenes negras proclamada y difundida por los templarios.
En conclusión al respecto, los escultores medievales, al emplear el color negro, esclarecían que la Virgen Negra era para ellos al mismo tiempo la María cristiana, la Diosa-Tierra céltica y la Isis egipcia situándola dentro de una concepción religiosa iniciática universal del gran principio femenino del Universo, fuente de toda vida terrestre y a la vez de toda religión, origen de la vida de las almas
El problema que se encontraron los Templarios en Europa era que el retorno al antiguo credo de la tierra, la adoración de una deidad pagana, podría traerles graves problemas en el seno de la férrea Iglesia Católica. Bajo un culto predominantemente masculino, y sabedores de que el culto a la Diosa Madre significaría sin duda una herejía, lo lógico hubiese sido equiparar a esta con la Virgen María. Pero en vez de eso, los Caballeros del Temple decidieron inventar la figura de "Nuestra Señora" y camuflar a la diosa madre bajo la imagen de una "virgen negra", asociando esta imagen a la María Magdalena del cristianismo, a la que los evangelios del siglo I y los apócrifos reservan un papel mucho más importante que a la madre de Jesús.
Entre los siglos XI al XII surge en el mundo cristiano un repentino fervor hacia la Virgen María, tras el que se adivina un plan preciso de la Orden del Temple. Se remozan santuarios marianos que en la época inmediatamente anterior habían llevado una existencia mucho más discreta y en ocasiones casi apagada. Por doquier se adora a Nuestra Señora en detrimento del culto debido a Jesucristo y a sus santos.
Es de notarse que en cuestión del culto femenino, la Letra “M” aparece con insistencia: María Magdalena, o María de Magdala. Tal letra sagrada por excelencia aparece dos veces, en clara alusión a la dualidad, a la parte pasiva. Letra de Madre, de materia, de María, de Maya, Matriz, Mar, y quizá de M:. M:.
Las implicaciones astronómicas no son pocas. En la mayoría de los antiguos relatos sagrados de la humanidad, todo en el universo nacía siempre del encuentro y la síntesis de un principio masculino y un principio femenino. Así, la Tierra, virgen en su origen, fue fecundada por los rayos del sol, y gracias a esta acción generadora pudo dar vida a todo lo que existe. Desde entonces, sin caer no obstante en un politeísmo primitivo, los antiguos hicieron de la tierra, de la Diosa-Tierra, la representación simbólica del gran principio femenino de todas las cosas, y del Sol, la del principio masculino por excelencia.
Este es el motivo por el que hemos notado, sin comprender siempre su profundo valor, que en todas las religiones en las que se venera a una Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado con ello un culto solar. La leyenda del descubrimiento milagroso de las estatuas asocia a él un toro. Este animal es el que, arando un campo, desentierra la estatua, la hace surgir de bajo tierra, y la estatua se convierte en una fuente fecunda de beneficios para los habitantes del lugar. Un toro –principio viril- trabajando la tierra – principio pasivo- genera vida al arar y dar paso a la germinación.
Asimismo, continuando en cuestión astronómica, recordando que toda elipse tiene dos puntos focales, al momento en que la luna describe una trayectoria elíptica alrededor de la tierra, el otro punto focal de la elipse (el que no está ocupado por la tierra) se le denomina Luna Negra, Lilith, etc. Así como la luna representa las emociones, las tradiciones, la luna negra remite a cuestiones ocultas, rebeliones, nuestras reacciones desmesuradas, nuestros impulsos más recónditos, el punto en el que estamos reaccionando emocionalmente para romper el cordón umbilical que nos une a nuestra familia y a nuestra madre en particular, dentro de cuya tradición de personalización con la tierra como madre siempre virgen y siempre creadora. Al interactuar con el Astro Rey, la Diosa-Tierra se convierte entonces en la Virgen que, por la propia acción de Dios, dará luz a un Hijo que, al mismo tiempo humano y divino, podrá salvar a la Humanidad, regenerarla, darle vida espiritualmente y, por lo tanto, aportarle la salvación, según algunas teogonías.
A manera de comentario final, se observa que las vírgenes negras acompañan a la Orden del Temple, siendo parte esencial de sus peculiares tradiciones espirituales, que han llevado a especular que los centros de adoración de María Magdalena conllevaban secretos tales como el Santo Grial, los tesoros de la extinta Orden o la adoración a Lilith o a Baphomet. Sin embargo, más allá de la especulación, salta a la vista que dentro de la literatura referida a los templarios, subyace la teoría de que la Orden del Temple aspiraba a la abolición total de las guerras, de las desigualdades y a la extirpación del odio predicado por las religiones. Pretenderían instaurar la sinarquía, el reino de la razón, de la caridad, del amor. Otro descubrimiento notable es que los caballeros templarios, tenidos por los más viriles de todos los monjes-soldados, también participaron de ese afán de exaltación de lo femenino, o por lo menos un círculo interior de ellos. Ello, barruntado ocho siglos después, no puede sino denotar admiración por la semejanza con los conceptos suprarreligiosos y profundamente teístas de la Orden Masónica, que aspira a la construcción del Gran Templo en la tierra.
Yo soy el brazo de su poder en su juventud,
y él es el báculo de mi vejez.
Y me ocurre aquello que él desea.
Bibliografía
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2. Georges Bordonove. La vida cotidiana de los Templarios en el siglo XIII. Ediciones Temas de Hoy. Segunda edición: junio 1989
3. Wilcox, Nicholas. Los Templarios y la Mesa de Salomón,
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6. www.tradiciondebrujas.blogspot.com
Or:. de ___, a 28 de Noviembre de 2007, E:.V:.
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Masón de Pants
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