domingo, 20 de abril de 2025

El viaje de Keri.

 


 

El Camino de Keri.

La noche era clara y estrellada cuando Keri atravesó el umbral del antiguo edificio de piedra. Sabía que, por la fuerza del fuego, pasaba de ser cuervo a águila. 

Sus pasos resonaron en el suelo de mármol mientras se dirigía hacia la cámara interior del templo, del Consistorio de la nación purhépecha. Después de veinte años de dedicación a la Orden, finalmente había alcanzado el grado 32 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado: Sublime Príncipe del Real Secreto. Sin embargo, en su corazón sabía que aún le esperaba un último viaje, quizás el más importante de todos.

Al entrar en la cámara de meditación, se encontró con el Comendador en Jefe, Tariácuri, un anciano de barba blanca cuya mirada penetrante parecía atravesar los velos de la realidad ordinaria.

"Has venido en busca de orientación," dijo Tariácuri, no como una pregunta sino como una afirmación.

Keri asintió. "He alcanzado el grado de Sublime Príncipe, pero siento que apenas estoy comenzando a dar los pasos necesarios para comprender el verdadero significado del Real Secreto."

El anciano sonrió. "El dogma del grado 32 no es un conjunto de creencias rígidas, sino la culminación de todo tu viaje anterior. Representa el equilibrio perfecto entre las fuerzas aparentemente opuestas que has encontrado en tu camino. La luz y la oscuridad; la severidad y la misericordia; lo visible y lo invisible."

Keri reflexionó sobre estas palabras mientras el Comendador en Jefe Tariácuri se levantaba para encender un cirio pascual, justamente en aquel domingo de luna llena en Aries.

"El ritual del campamento nonágono que experimentaste," continuó Tariácuri, "no es un mero espectáculo, sino una cartografía del cosmos y del alma humana. Cada uno de los nueve lados representa una virtud esencial, y las cinco campañas militares simbólicas son las batallas que todo iniciado debe librar contra sus enemigos internos: la ignorancia, el fanatismo, la ambición desmedida, la intolerancia y el miedo."

Keri recordó vívidamente la ceremonia: el campamento militar dispuesto según las respectivas proporciones sagradas, los estandartes de colores simbólicos, el águila bicéfala coronada que todo lo veía, y la solemne transmisión de las palabras sagradas que aún reverberaban en su ser.

-"Comendador en Jefe," preguntó, "¿cuáles son los aspectos esotéricos más profundos de este grado que debo contemplar?"

-"Observa el campamento," respondió Tariácuri, dibujando en la arena un complejo diagrama geométrico. "Aquí se oculta la clave de la dualidad cósmica y su reconciliación. El nonágono exterior contiene un heptágono, que a su vez contiene un pentágono, un triángulo y finalmente un punto central. Esta progresión numérica no es arbitraria, sino que representa las etapas de manifestación del Uno en la multiplicidad."

-"La correspondencia con el Tiphereth cabalístico, el equilibrio perfecto en el Árbol de la Vida," murmuró Keri, comprendiendo súbitamente.

-"Precisamente," asintió Tariácuri. "Y las 32 sendas de la sabiduría cabalística se reflejan en tu grado y también haya un número similar de esclusas análogas en el canal por donde asciende la energía kundalínica en las tradiciones orientales. Has recorrido la espina dorsal de la iniciación escocista, Keri”.

-"Pero hay más profundidad aún en lo que te ha sido revelado," continuó el Comendador en Jefe con voz grave. "Debes estudiar cuidadosamente el pequeño y el gran tetráctys, pues en ellos se oculta una clave fundamental para el Sublime Príncipe."

El anciano dibujó en la arena dos triángulos: uno más pequeño compuesto por diez puntos dispuestos en cuatro filas, y otro mayor, más complejo.

"El pequeño tetráctys pitagórico," explicó, "representa la perfección de la década: 1+2+3+4=10. En él se codifican las proporciones musicales que rigen la armonía del cosmos. Pero en nuestro grado, adquiere un significado adicional: cada nivel simboliza un plano de existencia que el iniciado debe dominar, desde lo material hasta lo más sutil. La base cuaternaria representa los cuatro elementos y el mundo sensible; el siguiente nivel, el ternario, corresponde al alma y sus facultades; el binario representa la dualidad de todas las cosas; y en la cúspide, el punto solitario simboliza la unidad primordial a la que aspiras."

"El gran tetráctys," continuó Tariácuri, elaborando una figura más compleja, "es una extensión que representa los 32 caminos de la sabiduría. Su contemplación revela cómo la manifestación divina desciende gradualmente a través de los cuatro mundos cabalísticos. Para el Sublime Príncipe del Real Secreto, meditar sobre estas formas no es un ejercicio intelectual, sino una práctica transformadora que alinea su microcosmos personal con el macrocosmos universal, preparándolo para recibir las vibraciones superiores del grado 33."

Durante horas, Comendador en Jefe y discípulo conversaron sobre los aspectos exotéricos del grado: los distintivos visibles como el mandil decorado con el campamento nonágono, la banda carmesí con el águila bicéfala, y las joyas que identificaban a Keri como Sublime Príncipe del Real Secreto. Discutieron las responsabilidades externas que conllevaba el grado, incluyendo la defensa de los valores masónicos en el mundo profano y la obligación de servir como ejemplo de integridad y sabiduría.

"Pero los aspectos trascendentes," explicó Tariácuri mientras la noche avanzaba, "van mucho más allá de estos símbolos externos. El verdadero Sublime Príncipe comprende que ha llegado al umbral donde todas las dualidades se reconcilian. Ha preparado su espíritu para la revelación final que trasciende incluso las palabras y los símbolos."

Keri meditaba en silencio sobre estas enseñanzas cuando el anciano extrajo de un antiguo cofre un pergamino enrollado.

"El simbolismo de los elementos principales de tu grado está aquí representado," dijo, desplegando cuidadosamente el documento. "Observa el águila bicéfala coronada: sus dos cabezas miran simultáneamente al Este y al Oeste, representando la percepción expandida que debe alcanzar el iniciado, capaz de ver tanto el reino material como el espiritual. El Delta luminoso con el Tetragrámmaton en su centro es la presencia divina que ilumina toda la creación."

El pergamino mostraba también los cinco estandartes con sus colores característicos: negro y blanco para la primera campaña, verde para la segunda, rojo para la tercera, negro para la cuarta, y blanco y oro para la quinta y definitiva.

"La enseñanza moral del grado 32°," continuó Tariácuri mientras señalaba estos símbolos, "te exige constancia en el camino espiritual y compromiso inquebrantable con la verdad. Debes combatir la intolerancia dondequiera que la encuentres, tanto en ti mismo como en el mundo. El Sublime Príncipe del Real Secreto entiende que el verdadero poder reside en el equilibrio entre la firmeza y la compasión."

A medida que la noche daba paso al amanecer, Comendador en Jefe y discípulo exploraron la doctrina filosófica del grado, que enseñaba la reconciliación de los opuestos como clave para la sabiduría suprema. Keri comprendió que todas las tradiciones esotéricas auténticas, tanto occidentales como orientales, convergían en esta verdad fundamental: la evolución espiritual como proceso de perfeccionamiento continuo.

"Comendador en Jefe," preguntó Keri cuando los primeros rayos del sol comenzaban a filtrarse por las ventanas del templo, "¿qué prácticas debo realizar para fortalecer mi comprensión y vivencia de este grado?"

"Debes meditar diariamente sobre los símbolos del campamento y el águila bicéfala," respondió Tariácuri. "Estudia profundamente la Cábala y sus correspondencias con tu grado. Visualiza las cinco campañas espirituales, conquistando en cada una un aspecto de tu sombra interior. Contempla el significado del Tetragrámaton en todas sus manifestaciones y, sobre todo, trabaja para reconciliar tus propias dualidades internas. El servicio desinteresado a tus semejantes será la manifestación práctica de estos ideales."

Keri permaneció en silencio, asimilando estas enseñanzas. Finalmente, se atrevió a preguntar sobre algo que había estado resonando en su interior desde su iniciación: "¿Y qué hay de las palabras sagradas que me fueron confiadas? Salix-Noni-Tengu... Siento que hay una profundidad en ellas que aún no alcanzo a comprender."

Los ojos del anciano brillaron con una luz especial mientras se acercaba a Keri para hablarle en voz baja:

"La palabra 'Salix' en su sentido profano se refiere al sauce, un árbol flexible que se dobla, pero no se rompe ante las tormentas, símbolo de adaptabilidad y resiliencia. Pero esotéricamente, en el contexto del escocismo, representa la primera fase de la transformación alquímica: la disolución o nigredo. Las raíces del sauce penetran profundamente en busca de agua, así como el iniciado debe sumergirse en las aguas del inconsciente para encontrar su verdad esencial. Salix codifica la capacidad de fluir y adaptarse mientras mantienes tu esencia inmutable, recordándote que la flexibilidad espiritual no implica perder tus principios, sino transformarte conservando tu centro. Su vibración, cuando es correctamente entonada durante la meditación, activa el centro energético ubicado en la base de la columna, iniciando el despertar de la energía kundalínica."

El Comendador en Jefe Tariácuri trazó un símbolo en el aire antes de continuar:

"'Noni' aparentemente hace referencia al número nueve en latín, pero su significado es mucho más profundo en nuestro sistema. En el plano profano, el nonágono del campamento representa las nueve virtudes fundamentales del grado. Sin embargo, esotéricamente, 'Noni' simboliza la gestación completa, los nueve meses necesarios para que una nueva vida sea viable. En el escocismo representa la fase albedo o blanqueamiento alquímico, donde la conciencia purificada comienza a recibir la luz superior. 'Noni' evoca la perfección matemática del número nueve, que multiplicado por cualquier dígito siempre suma nueve en reducción teosófica, simbolizando la universalidad de las leyes cósmicas. Cuando un Sublime Príncipe medita sobre 'Noni', activa su centro cardíaco, estableciendo la conexión entre los centros inferiores y superiores, preparando el camino para la ascensión definitiva de la energía."

Haciendo una pausa solemne, el anciano prosiguió con la explicación final:

"'Tengu', en el plano externo, alude a los seres mitológicos japoneses, mediadores entre dioses y hombres. Para los profanos, podría parecer una referencia extraña, pero en el esoterismo escocés simboliza el estado rubedo, la fase final de la Gran Obra alquímica. Esotéricamente, 'Tengu' representa el iniciado que ha trascendido su naturaleza ordinaria y se ha convertido en mensajero entre los dos mundos. Simboliza el poder espiritual que viene con la responsabilidad, recordándote que todo conocimiento superior debe ser utilizado para servir a la humanidad, nunca para el engrandecimiento personal. La meditación sobre este término activa el centro coronario, completando el circuito energético que permite al Sublime Príncipe percibir las realidades superiores que lo preparan para la eventual transición al grado supremo."

"Estas tres palabras juntas," concluyó Tariácuri, "no son meros sonidos, sino llaves vibratorias que, cuando son comprendidas y pronunciadas con la intención correcta, establecen un vínculo energético con todos los Comendador en Jefes que han recorrido este camino antes que tú. Y junto con 'Phaal-Chol', la palabra de pase que representa la victoria definitiva sobre los obstáculos internos, completa el cuaternario sagrado de tu grado."

"Su etimología conecta con tradiciones milenarias," continuó, "y su vibración, cuando es interiorizada correctamente, activa centros energéticos específicos que preparan al iniciado para percepciones superiores. Medita sobre estas palabras en silencio, permitiendo que su resonancia transforme gradualmente tu ser."

Las horas pasaron mientras Comendador en Jefe y discípulo profundizaban en los misterios. Keri aprendió sobre el honor especial de ser nombrado Caballero Comendador de la Corte de Honor, un reconocimiento otorgado selectivamente a quienes demostraban servicio excepcional y dedicación a los ideales masónicos.

"Este título," explicó Tariácuri, "si bien tiene connotaciones caballerescas y de acompañamiento en lo aparente, realmente simboliza una coronación intermedia en tu camino, evocando la tradición de la caballería espiritual. Su importancia radica en que establece un puente entre la filosofía y el servicio práctico, preparándote para responsabilidades mayores. Marca una transición donde pasas de ser principalmente receptor de conocimiento a guardián y transmisor de la tradición."

"En el plano esotérico," continuó, "esta distinción confiere una protección energética especial para quien debe manejar fuerzas espirituales más potentes. Establece una conexión más directa con los Comendador en Jefes invisibles y modifica sutilmente tu 'cuerpo de luz', preparándolo para vibraciones más elevadas."

Cuando el sol alcanzó su cenit, Tariácuri miró directamente a los ojos de Keri y le habló con gravedad: "Si aspiras a alcanzar algún día el grado supremo, el 33°, debes demostrar diez cualidades esenciales."

El anciano comenzó a enumerarlas: "Primero, la maestría completa del conocimiento esotérico y exotérico de todos los grados anteriores, sintetizados en una visión unificada. Segundo, el equilibrio perfecto entre todas las polaridades de tu ser. Tercero, un historial demostrado de servicio desinteresado, sin buscar reconocimiento o poder."

Keri escuchaba con atención mientras el Comendador en Jefe continuaba: "Cuarto, una integridad inquebrantable que te convierta en ejemplo viviente de los valores masónicos. Quinto, la sabiduría aplicada que te permita discernir la esencia de situaciones complejas. Sexto, un liderazgo que inspire desde la autoridad moral y espiritual, no desde la imposición."

"Las últimas cuatro cualidades," prosiguió Tariácuri con voz solemne, "son quizás las más difíciles de alcanzar: la transmutación alquímica interior que convierte tus 'metales base' en 'oro filosófico'; la comprensión universal que reconoce la unidad esencial de todas las tradiciones auténticas; la muerte iniciática completa, donde trasciendes totalmente la identificación con el ego personal; y finalmente, el compromiso absoluto como custodio de los misterios, preservando y transmitiendo adecuadamente la tradición esotérica para las generaciones futuras."

Cuando Tariácuri terminó de hablar, un profundo silencio llenó la cámara. Keri comprendió que había recibido no solo conocimiento sino una hoja de ruta para su transformación interior.

"El camino que te he descrito," concluyó el anciano Comendador en Jefe, "no es meramente simbólico. Representa una transformación real y verificable de tu ser. Antes de recibir la consagración suprema, debes convertirte en un auténtico templo viviente."

Al atardecer, Keri se despidió del Comendador en Jefe Tariácuri con una reverencia profunda. Mientras abandonaba el templo, llevaba consigo no solo las enseñanzas, sino una nueva determinación. Comprendió que el Real Secreto no era un conocimiento que pudiera poseerse, sino un estado de ser que debía alcanzarse mediante el trabajo constante sobre sí mismo.

El camino hacia el Grado 33° no sería fácil ni rápido, pero Keri sabía ahora que cada paso que diera, con plena conciencia y dedicación, lo acercaría no solo a un nuevo título, sino a la realización de su naturaleza más elevada. Y en eso, comprendió finalmente, residía el verdadero secreto de la masonería: la transformación del iniciado en un constructor consciente, tanto de sí mismo como del templo universal de la humanidad.

Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el firmamento, Keri emprendió su camino de regreso, llevando la luz del conocimiento en su interior, dispuesto a convertirla en sabiduría viviente. El tiempo de los Soldados de la Luz ha llegado. 


 


 

Ccamp.·. de Morelia, Michoacán de Ocampo, a 20 de abril de 2025, E.·. V.·.

Frat.∙.

Masón de Pants.

¡Es Cuanto!

 

 

jueves, 17 de abril de 2025

 

La Cena de Emmanuel.

 

La noche descendía sobre la ciudad mientras Emmanuel, Caballero Rosacruz del Grado 18° del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, ajustaba su collarín encarnado sobre su pecho.

 

Este no era un jueves cualquiera; era Jueves Santo, el más próximo a la luna llena en Aries. Por más de veinte años, desde 2005 para ser exactos, había sido convocado a la Cena Mística anual, asistiendo en algunas ocasiones y en otras no; pero cada vez sentía el mismo estremecimiento.

 

El Capítulo Rosacruz había sido meticulosamente preparado: mantel blanco cubierto por otro de seda roja, candelabros dispuestos según la geometría sagrada, el pan ázimo, sin levadura, el vino tinto en copa de cristal, y en el centro, una rosa fresca de intenso color carmesí.

 

Mientras se dirigía al templo, recordaba las palabras de su padrino iniciático: "La Cena Mística no es una simple conmemoración; es la manifestación viva del dogma rosacruz." En efecto, durante esta ceremonia, el dogma abstracto del Grado—la búsqueda y recuperación de la Palabra Perdida, la regeneración espiritual, la Trinidad como fundamento del Universo y el amor como ley suprema— tomaba forma tangible.

 

El pan y el vino no eran meros símbolos, sino vehículos de transformación que, transustanciados materializaban aquella antigua máxima hermética: "Como es arriba, es abajo".

 

Esta noche, una vez más, los Caballeros Rosacruces y de grados superiores de aquella ciudad latinoamericana, una de las más violentas del planeta, abandonarían momentáneamente el mundo profano para entrar en comunión con lo eterno.

 

Al entrar en el templo, Emmanuel sintió inmediatamente el cambio en la atmósfera. Los hermanos, vestidos con sus paramentos de Caballeros Rosacruces, guardaban un silencio solemne.

 

El Doctísimo Maestro, desde el Oriente, con su joya del pelícano brillando sobre el pecho, daba inicio al ritual.

 

La Cena Mística no era una mera extensión de la ceremonia de iniciación, sino su culminación cíclica.

 

Si en la iniciación el candidato pasaba del luto a la transformación y finalmente a la celebración, esta noche representaba ese tercer momento de consumación y renovación.

 

Lo que en el ritual de iniciación había sido individual, ahora se transformaba en experiencia colectiva. Las luces, estratégicamente distribuidas, proyectaban sombras danzantes sobre los muros del recinto consagrado como templo.

 

El incienso de sándalo impregnaba el ambiente. "Hermanos míos," comenzó el Doctísimo Maestro, "nos reunimos como lo hicieron los antiguos rosacruces, para renovar nuestros votos y experimentar la comunión espiritual."

 

Emmanuel recordaba vívidamente su propia iniciación: la cámara negra, los viajes simbólicos, el hallazgo de la Palabra encarnada en su propia dignidad y el despertar de su conciencia a lo largo del escocismo.

 

Pero esta ceremonia anual trascendía aquel momento, actualizándolo y dotándolo de nueva vida. Aquí, el simbolismo que había aprendido intelectualmente se convertía en experiencia viva, en una alquimia que transformaba su propio ser.

 

La disposición de la mesa no era casual. Emmanuel, sentado en uno de los ángulos, comprendía que esta geometría manifestaba los aspectos esotéricos más profundos del Grado18°. El triángulo, figura perfecta, representaba la trinidad divina y los tres pilares fundamentales: Sabiduría, Fuerza y Belleza; ahora expresados como Fe, Esperanza y Caridad.

 

El pan y el vino sobre la mesa encarnaban la transmutación alquímica: lo material convertido en espiritual. La fecha misma, Jueves Santo, no era arbitraria sino una alineación consciente con corrientes cósmicas específicas, cuando el velo entre mundos se adelgazaba.

 

Cuando se elevaron las copas, se hacían votos por la regeneración universal. El momento para pronunciar las palabras sagradas se aproximaba. Emmanuel sabía que no eran meros sonidos, sino vibraciones que activaban correspondencias superiores. La rosa en el centro de la mesa, símbolo del renacimiento y la belleza perfecta, emanaba un sutil perfume que parecía intensificarse con cada fase del ritual.

 

Los candelabros, correspondientes a las virtudes y a los centros energéticos del ser humano, proyectaban una luz que parecía palpitar al ritmo de los corazones presentes. Este era el momento en que la alquimia espiritual del Grado se manifestaba en su forma más pura y potente.

 

El Doctísimo Maestro elevó la copa con vino y el pan, pronunciando palabras que resonaban con la última cena de los antiguos misterios. Emmanuel percibía cómo los aspectos exotéricos del Grado—aquellos que podían ser explicados y compartidos con el mundo exterior— cobraban vida en este ritual.

 

La fraternidad no era aquí un concepto abstracto, sino una realidad palpable en la comunión de estos hombres reunidos sin distinción de rango o posición social. La caridad, otro pilar exotérico del grado, se materializaba en la colecta que se realizaría para los necesitados, mediante el Saco de Beneficencia, recordando que el conocimiento sin acción benéfica era estéril.

 

 

 

La tolerancia, tan central en la doctrina Rosacruz, se evidenciaba en la presencia de hermanos de diversas creencias personales, unidos bajo un simbolismo trascendente. El compromiso social de los Caballeros Rosacruces, su responsabilidad de trabajar por una humanidad más justa se renovaba en cada palabra compartida. En las alocuciones litúrgicas se hacía referencia constante respecto a que nuestro trabajo no termina entre estos muros. Emmanuel asintió. La verdadera labor del Caballero Rosacruz comenzaba precisamente al salir del templo, llevando consigo la luz recibida para compartirla con un mundo necesitado.

 

Cuando el pan fue partido, el cordero repartido y el vino bebido, Emmanuel percibió cómo los aspectos trascendentes del Grado 18° se manifestaban plenamente. El tiempo ordinario parecía suspendido; existían ahora en un tiempo sagrado, un eterno presente donde pasado y futuro convergían.

 

La compartición del pan y el vino facilitaba una apertura hacia dimensiones que trascendían lo meramente físico, conectando simultáneamente los planos material, emocional, mental y espiritual. Esta era la verdadera "renovatio mundi", la renovación del mundo a través de la regeneración interior.

 

Emmanuel sentía una profunda comunión no solo con sus hermanos presentes, sino con todos los Caballeros Rosacruces que habían participado en este ritual a través de los siglos, como si las barreras temporales se disolvieran momentáneamente.

 

"Somos uno con la tradición eterna," murmuró el hermano sentado a su derecha, como si hubiera leído sus pensamientos. La rosa parecía ahora más resplandeciente, no por efecto de la luz exterior, sino por una luminosidad que emanaba de su propia esencia, simbolizando el corazón divino del universo que late en el centro de toda manifestación.

 

El simbolismo del grado, que Emmanuel había estudiado durante veinte años, cobraba ahora una dimensión experiencial. La mesa triangular representaba la tríada divina que se encuentra en el corazón de todas las tradiciones espirituales. El pan y el vino, más allá de su evocación cristiana, simbolizaban respectivamente la Rosa y la Cruz, la unión perfecta de lo divino y lo humano, del espíritu y la materia.

 

La rosa en el centro encarnaba el corazón espiritual del ritual, punto de convergencia de todas las energías invocadas. Las luces correspondían a las virtudes fe, esperanza, caridad, fortaleza, justicia, templanza y prudencia, pero también a los siete centros energéticos del ser humano según las tradiciones esotéricas.

 

Los manteles superpuestos, blanco y rojo, manifestaban visualmente la transición desde el luto y la oscuridad hacia la regeneración y la vida. La fórmula I.N.R.I., visible en el Oriente, presidía la ceremonia como clave de la transmutación espiritual: Ígnea Natura Renovatur Integra (Por el fuego se renueva íntegramente la naturaleza). Cada objeto, cada gesto, cada palabra en este ritual estaba cargado de significados que se desplegaban en múltiples niveles según la capacidad de comprensión del iniciado.

 

 

Mientras compartían el alimento sagrado, Emmanuel reflexionaba sobre cómo la Cena Mística encarnaba perfectamente las enseñanzas morales del Grado 18°. La fraternidad no era un concepto abstracto sino una realidad vivida en la compartición del pan y el vino. La igualdad se manifestaba en la participación de todos los Caballeros en idénticas condiciones, borrando momentáneamente las jerarquías del mundo exterior e incluso las del propio sistema masónico.

 

La humildad se practicaba en el servicio mutuo, recordando las palabras: "El más grande entre vosotros que sea el servidor de todos." La templanza se ejemplificaba en la moderación con que se participaba del alimento y la bebida, simbolizando el dominio de las pasiones. La responsabilidad se distribuía entre todos los participantes, cada uno cumpliendo una función específica en la preparación y desarrollo del ritual.

 

Y finalmente, al compartir este momento sagrado, cada Caballero renovaba tácitamente su compromiso con la defensa de la verdad y la justicia en el mundo.

 

"Que este alimento fortalezca no solo nuestros cuerpos, sino principalmente nuestros espíritus para la gran obra que nos aguarda," se declaró solemnemente desde la oratoria.

 

El silencio que siguió a la compartición del pan, el cordero y el vino no estaba vacío, sino preñado de significado filosófico. Emmanuel percibía cómo la doctrina del Grado se traducía en experiencia viva. La mesa ritual, con su disposición geométrica precisa, reproducía la estructura del cosmos y del ser humano, materialización del principio "como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera".

 

Cada elemento del ritual correspondía, por analogía, a una realidad superior, creando un puente entre lo visible y lo invisible. Las diversas tendencias filosóficas representadas por los hermanos presentes —algunos más inclinados hacia el hermetismo, otros hacia la cábala, otros hacia el gnosticismo, otros católicos practicantes— se armonizaban en esta experiencia compartida, manifestación de la reconciliación de opuestos tan central en la filosofía rosacruz.

 

La belleza del ritual, con su cuidada estética, expresaba la armonía cósmica, recordando que lo bello es un reflejo de lo verdadero. Las interpretaciones del ritual variaban según el nivel de comprensión de cada Caballero, testimonio de la naturaleza multidimensional de la verdad. Y en última instancia, esta ceremonia representaba un paso más en el camino de retorno a la unidad primordial, la reintegración espiritual que constituye el fin último de la evolución humana.

 

En un momento específico del ritual, todos los presentes se pusieron de pie y formaron un círculo perfecto alrededor de la mesa. Emmanuel sabía que este era el instante en que la Cena Mística complementaba las prácticas esotéricas individuales que cada Caballero realizaba en su vida cotidiana.


El silencio meditativo que se instauró potenciaba la concentración colectiva, creando un campo de resonancia espiritual. Los símbolos cuidadosamente dispuestos facilitaban la visualización del templo interior, aquel espacio sagrado que cada iniciado construye en su propia conciencia. El ritual progresaba simbólicamente a través de los colores alquímicos: negro, la materia prima, la ignorancia inicial; blanco, la purificación, la iluminación y rojo, la culminación, el conocimiento transformador.

 

 La disposición circular de los participantes alrededor de la mesa triangular creaba un vórtice energético, canalizando fuerzas sutiles. Las lecturas compartidas de textos herméticos y gnósticos de tantos años ahora activaban capas profundas de la psique. Y ahora llegaba el momento culminante, donde cada palabra se convierte en claves vibratorias que, comprendidas y asimiladas, producen una verdadera transformación en la conciencia del iniciado.

 

Emmanuel sentía cómo la vibración de estas palabras resonaba no solo en el espacio físico sino en dimensiones más sutiles. Todo masón escocés sabe que, durante la Cena Mística, las palabras sagradas adquieren una potencia especial, activando correspondencias cósmicas.

 

La cena es una representación de la palabra encontrada, del Cordero hecho hombre, del pelícano desprendiéndose de su propia carne, que simboliza la culminación del proceso de búsqueda iniciado en el Grado de Maestro Masón, lo cual es ahora dramatizado colectivamente, multiplicando su resonancia espiritual.

 

Esta evocación ritualista simultánea conecta a los participantes con la cadena iniciática ancestral, con todos aquellos que habían pronunciado estas mismas palabras y representado las mismas alegorías cósmicas a lo largo de los siglos. Las palabras trinitarias eran relacionadas con los tres elementos fundamentales del ritual: el pan, el vino y el cordero, simbolizando cuerpo, alma y espíritu.

 

Emmanuel pudo notar que, hay aspectos muy específicos que solo se pronuncian en este ritual anual, preservando así su potencia y sacralidad. "Las palabras son semillas," había dicho una vez su padrino de iniciación, "que plantamos hoy para que fructifiquen durante todo el año masónico."

 

Cuando la ceremonia se aproximaba a su conclusión, Emmanuel reflexionaba sobre cómo la Cena Mística encarnaba perfectamente la mónita o instrucción secreta del Grado18°. Este ritual transformaba el conocimiento teórico recibido durante la iniciación en experiencia vivida, en sabiduría encarnada.

 

Materializaba la conexión con los Maestros que habían precedido a los presentes en la cadena iniciática rosacruz, creando un puente a través del tiempo. El carácter reservado de la ceremonia, limitada exclusivamente a los iniciados en el grado, preservaba su naturaleza esotérica y su potencia espiritual.

 

Al vivirlo plenamente, Emmanuel cayó en la cuenta de que, quienes diseñaron esta cena cardinal en el escocismo, insuflaron que la familiaridad con este ritual permitiría a los verdaderos poseedores del Grado reconocerse mutuamente más allá de diplomas o medallas.

 

Cada celebración anual revelaba nuevos niveles de comprensión, según la evolución personal de cada Caballero, demostrando el carácter progresivo e inagotable de la tradición rosacruz. Este ritual equilibraba perfectamente la experiencia mística interior con su manifestación exterior, el conocimiento con la acción, la contemplación con el servicio. Y finalmente, conectaba a cada participante con la memoria ancestral de la tradición rosacruz y su misión espiritual: la transformación del mundo a través de la transformación del individuo.

 

Finalmente, se despidieron, con un “hasta el próximo año, hermanos míos, cuando la rosa florezca nuevamente”, partiendo los obreros contentos y satisfechos.

 

Mis hermanos, hoy y siempre vayamos como Emmanuel, resignificando nuestras cenas pasadas, presentes y aspirando a nuevas experiencias simbólicas de nuestra comunión espiritual, porque en ellas reside el basamento de nuestra fe masónica, entreverada con la espiritual y con el motor de nuestra trascendencia humana, la llama de nuestra propia dignidad, de nuestra votiva iniciación gnóstica, que nos hace transitar desde el dominio de nuestras pasiones hasta la aspiración de contribuir al orden supremo desde el caos terreno.

 

 

F R A T E R N A L M E N T E

Il.·. y Pod.·. Masón de Pants.

VV.·. Y CCAMP.·. DE MORELIA, MICHOACÁN DE OCAMPO,

A 17 DE ABRIL DEL 2025, DE LA E.·. V.·.

¡Es cuanto!