sábado, 26 de febrero de 2011

El Medrador.

Al finalizar nuestros Ttrab:. Mmas:. de Prim.: Cam:., cada Ten:., nuestro V:. M:. nos recuerda: “sed pues prudentes, diligentes, moderados y discretos”, que es una suma de hermosas y muy argamasadas virtudes con las cuales podemos perfectamente regir nuestro comportamiento en la vida Prof:. cotidiana. Es una frase que hemos escuchado centenas de ocasiones. Sí, se nos dice hasta el cansancio que lo seamos, pero no nos explican cómo, ni qué significado e implicaciones tiene tal efecto. Entonces fieles a nuestra costumbre, si es que en nuestro espíritu efectivamente ha iniciado el despertar de la duda filosófica, habremos de investigarlo y trabajar Mas:. al respecto.
Analizar tales virtudes por separado, con un enfoque deductivo lleva a darse cuenta que la diligencia es una virtud muy elevada, efectivista, que sitúa al masón en el plano de lo fáctico, que logra que quien la practica haga las cosas sucedan y transforme su realidad con ello, contribuyendo al desarrollo del género humano. Ello, por supuesto, siempre y cuando el masón se proponga realizar una acción cuyo fruto sea un bien ó servicio que logre mejorar el estado actual del entorno que circunscribe al masón. La diligencia es virtud en cuanto es un propósito constructivo.
Asimismo, la prudencia ha merecido muchos trazados previos, siendo una virtud que defino como el arte y virtud de actuar de la manera más conveniente para la colectividad, la Gran Obra y uno mismo en el contexto propicio.
Respecto a la moderación, en su momento recuerdo haber burilé conjuntándola con otra virtud que considero la engloba en muy buena medida: la madurez. En su oportunidad señalábamos que tal virtud toma su nombre del latín “maduratio”, que significa aceleración. Recordemos que la aceleración de acuerdo a las definiciones clásicas de física es el cambio de velocidad de un cuerpo en movimiento medido en la unidad de tiempo. Es decir, extrapolando tal concepción, la maduración en el ser humano estará referida a la capacidad de modificar el ritmo habitual de sus circunstancias. ¿Con base en qué? Sin duda en la experiencia adquirida, en el aprendizaje sobre el proceso de desarrollo durante la propia vida y en la elección, sentido e intuición para anticipar recovecos, atajos y posibles obstáculos en el sendero individual.
Sin embargo, como todo conjunto de virtudes, pueden ser empleadas para avanzar en el sentido opuesto al sendero de la Luz: la prudencia, combinada con la moderación y discreción, con un toque de empalagosa fraternidad y astucia soterrada, muy diligente, puede llevar a generar a un espécimen muy peculiar, que pulula en el mundo profano y que entre los masones es un enemigo declarado. Después de haber pasado años tratando de definir esa especie de conducta, considero haber logrado una aproximación que deseo compartir y pongo a disposición de vuestro desbaste. Le he denominado el medrador.
Deseo aclarar que tal palabra la retomo en el sentido del verbo medrar, que significa crecer, como las plantas en estado silvestre, lograr progreso material. Medrar, crecer como las plantas, a su manera, obteniendo del subsuelo los nutrientes, ó como algunos hombres, recogiendo las monedas del piso. Entonces, un medrador es una persona que se dedica a procurar su crecimiento personal a costa de lo que sea, ignorando, imponiéndose y pisoteando los derechos e intereses de los demás a como dé lugar, siendo el fin en si mismo la acción de acumular, crecer, atesorar ventajas para sí mismo.
Por otra parte, el adjetivo que se origina naturalmente, medroso, es aquel que se preocupa demasiado por las consecuencias de sus actos, entonces permanece en estado de miedo perenne, plagado de excesivo escrúpulo, y dedicado a cuidar en exceso su propio crecimiento y logros acumulados hasta entonces.
Asimismo, existe el autodenominado “reservado”: sí el que atesora su opinión, siendo el extremo aberrante, absurdo y perverso de aquella frase de “el habla es plata, el silencio es oro, acumula la segunda”, que alguna vez en Prim:. Cam:. hace muchos años me señalaran.
Por supuesto, cómo dejar pasar desapercibido a aquel que no opina, el que toma pocas decisiones, el que critica poco, es decir, el hipócrita. Es decir el que tiene poca habilidad para elegir alternativas, y por ello simula públicamente mientras en el fondo está cierto de su decisión personal, oculta cual joya de su corona. La esencia es el engaño per se.
Los medradores son desde la perspectiva de la colectividad inútiles sombras de la inercia ajena, aprenden a fluir con la intención de que se reacomode todo a su favor, sin emprender acciones sino enlazar tejidos en la red a su favor, lentamente con tal de generar una zona de confort de la cual puedan nutrirse con el menor de los esfuerzos.
¿Cómo lograr transmutar esto? Cuando hemos despertado efectivamente en nuestros corazones el sentimiento de la fraternidad humana, cuando hemos definido nuestro camino en lo individual, en lo colectivo y como especie, y nos hemos dado cuenta de que avanzar sin generar bienestar y desarrollo para quienes nos rodean es simplemente derrochar nuestras vidas.
Considero, es lo que más nos ha hecho falta como nación y como entidad: una sociedad más franca y sensible podrá avanzar más rápido, sin trastocar el orden y el mérito que conlleva estar en una posición social determinada, haciendo las labores que se le han asignado de acuerdo a sus propios logros, grados y reconocimientos. Cuando no logramos impregnar los corazones con ese activo intangible tan valioso, es cuando desaparece la meritocracia, la lucha cotidiana, la razón para levantarse temprano y simplemente nos dedicamos a parasitar o a hacer trastabillar a nuestro prójimo.
Malamente, muchas personas que han logrado pertenecer en mayor o menor grado a la impresentable “clase acomodada” mexicana, que después de muchas lisonjas e indignas zalemas han conseguido lo que querían, en lo sucesivo, para no perder su estatus, para no comprometer la palabra y menos aún, la mina de oro, porque saben que difícilmente lograrán otro espacio como el que ya han cultivado mancillando su propia dignidad, constantemente incurren en actuar como mudos, medrosos, reservados, timoratos, temerosos, tibios, acomodaticios, fementidos, aduladores, lisonjeros, ladinos, hipócritas, comparsas, farsantes, maleables, dúctiles, engañadizos, arrastrados, mañosos, traidores y una multitud más de epítetos que el castellano mantiene para ese tipo de conductas.
El objetivo de este Traz:. es precisamente activar en nuestra conciencia este concepto y darnos cuenta de cuando podemos estar en riesgo de incurrir en semejantes conductas y detectarlos en los demás. Yo doy fe de que mis QQ:.HH:. presentes son personas de bien, libres y de buenas costumbres, que están aquí, ahora y siempre en Pie y al Ord:., pero hay que evitar por todos los medios a nuestro alcance que este mal que corroe las entrañas de nuestra sociedad permee en nuestra R:.L:. S:. y en nuestros corazones. Por principio de cuentas, hemos de estar en la certidumbre total de que la masonería no es una red social a usar y aprovechar a discreción. Tengamos mucho cuidado en abrir las puertas de nuestros Ttempl:. a personas que no tengan una buena reputación social ni a incapaces de producir algún bien o servicio. Menos aún serán hábiles para trabajar masónicamente y para brindar sus mejores oficios a los QQ:. HH:. que se encuentren en desgracia. No pensemos en hacer caridad admitiendo a alguien en desgracia, porque tampoco nuestra Log:. es una Corte de los Milagros, ni diván alegórico, ni refugio para eternos tristes, deprimidos, aburridos, vacíos de poder, amargados, fanáticos ni advenedizos.
Las reglas son muy claras: requerimos hombres libres y de buenas costumbres que nos aporten a nuestros Ttrab:. y lamentablemente no puedo dar fe de que todos los que portan un mandil han contribuido a la Gran Obra, debido al estado actual en el que nos encontramos como institución ante el mundo profano. Hago un signo de alarma y les informo a todos: hay medradores al interior. La franqueza es una decisión personal y discúlpenme de antemano el atrevimiento, permítanme disentir y ponerles sobre aviso en el mejor de los sentidos, en plena conciencia de que el famoso silencio de los justos debe de interpretarse como una acción, tal como lo describe la expresión “hacer mutis”. Y yo por esta ocasión prefiero no ejecutarla, se puede ser impecable con las palabras sin necesidad de guardar un inenarrable silencio.
Medrar aprovechando las condiciones sin generar valor agregado, sin emitir luz propia, sin realizar trabajo alguno, es lo peor que puede sucederle a una sociedad y a un ser humano que se ostenta como libre y de buenas costumbres. Deseo de todo corazón que jamás entre nosotros no haya medradores ni medrosos, que se dediquen a preocuparse demasiado en cuidar sus intereses, patrimonio, conocimientos, ideas y tiempo a pesar de haber un Ara presente para verter ingentemente nuestra generosidad. En esta vida, la libertad de conciencia aunada al anhelo de llegar lejos debe de entenderse más en el sentido de generar creatividad, de arriesgar una palabra, que el guardarla infinitamente. En cambio, siempre infieles a sí mismos, olvidándose de su propia identidad, ya que es más práctico no tenerla para poder adaptarse a lo que sobrevenga, los medradores son agiotistas de la confianza. Lamentablemente entre muchos de los dueños visibles e invisibles de este mundo, nos encontramos con verdaderos expertos en el arte de medrar. Contra ellos tendremos que combatir sin perder el porte ni las virtudes masónicas. Hay que asumir contra quiénes luchamos, comenzando por nosotros mismos, cuando pensemos en aprovecharnos del fruto del trabajo ajeno o en desperdiciar nuestros recursos vitales a cambio del placer inmediato.
Indudablemente, la historia y el presente de nuestro país está lleno de héroes y también de medrosos. De quienes adquirieron la mala costumbre de tolerar la bota en el cuello, de quienes decidieron frontalizar o acallar una guerra a cambio de prebendas indignas. El intercambio de favores priva en nuestra nación, en donde sin mérito alguno sino ser medradores les lleva a esta clase social a intercambiarse posesiones, grados, títulos y condecoraciones.
Redoblemos esfuerzos, hemos avanzado sobremanera, y si les suenan duras mis palabras, por favor, permítanme disentir, yo no soy comparsa de nadie.

Or:. de M, a 19 de febrero de 2011, E:.V:.
Frat:.
M:.D:.P:.,
M:. M:.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por la luz ;)

Anónimo dijo...

cuál luz?

Anónimo dijo...

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