domingo, 30 de enero de 2011

Apología Luciferina

Hoy en día no cabe duda que una parte del Infierno ha bajado a nuestra Tierra, el caos se ha apoderado del mundo y Michoacán demanda orden. Tal estado de cosas solo puede solucionarse mediante un justo medio entre el azul celeste y el rojo sanguíneo, terrenal. Es un buen resquicio por el cual se posibilita resurja a tambor batiente el humanismo luciferiano. No es aquella turba llena de masiosares, patrioteros ingenuos, prevaricadores, aspiracionales y mediocres, en buena medida masa acomodaticia la que habrá de lograr hacer historia. Quienes habrán de ser el epidídimo de los obeliscos en un futuro, están forjándose burilando y desbastando su piedra bruta, ya sea con o sin mandil. El ejercicio de la mente privilegia y retribuye a los osados que incendian la antorcha y la consumen, encontrando en la búsqueda el óleo inagotable que vigorizará la llama hasta adentrarse en las más oscuras catacumbas de los Hados para retornar, invictos, con la piedra de la Sabiduría en sus manos. Y por ello, con total certidumbre, expreso que ya es el tiempo, impregnados del momentum necesario para pronunciarse en torno a ello.
Tengo muy presente que desde que pisé el primer templo, aquel de mi más temprana edad masónica, supe que estoy en el lugar correcto, en el sendero de Caín, el de la mano izquierda, en el excomulgado de fanatismos, en el que los hijos de la viuda se solazan.
He aprendido a no tenerle miedo a la muerte, a solazarme con el genio de la creatividad que me impele a osar, y a conocer un poco a mis demonios, no son sino los anodinos que se aglomeran cual parvada de cuervos que comen a la sombra de estatuas de cantera, bajo la inmensa cruz catedralicia. A ellos, filosófica y enérgicamente, les declaro una guerra sin cuartel en lo más profundo de mi propio templo.
En tal batalla he aprendido que los verdaderos luciferinos son los poseedores del secreto de la Gnosis, los que saben arquear las columnas y generar el virtuosismo ritualístico. Aquellos que conocen el secreto de la palabra perdida y que, tal como Borges, haga encender la Rosa de Paracelso a voluntad, en su interior, a pesar de que se pierda el poder cuando se exhibe circensemente.
Quien habla no sabe, quien sabe no habla. Y por tal principio sólo callan aprendices entre maestros, y muchos aprendices, simulan maestría ante el aprendiz quien no sabe, pero temerario no eleva su babeta protectora. Para ellos, un ideal a seguir debería ser un discípulo luciferiano, una reencarnación del Prometeo, del angel develador del manto de Apolonio, descifrador de dedálicos misterios, quien mira sin fruncir el entrecejo la caja de Pandora, cruzando las aguas para renacer y nunca mira atrás so pena de cristalizarse, recorrer el camino, grabando columnas, pisando valles, derrotando a los enemigos de la simiente de Caín.
La creación, el arte y la trascendencia están del lado izquierdo del sendero, con tales cualidades que hasta haberse demostrado capacidad transmutadora, aparecen a raudales. Estoy convencido de que en esta tradición florecen las mejores cualidades humanas que nos muestran el cómo conocer el Real Secreto sin ser pajes, sin ser peones de un gran tablero dominado por necios y tiranos. La dignidad, más que una virtud y un valor, es un estado de conciencia.
Ser un masón luciferiano es entender cómo emprender el viaje en una novela caballeresca en la cual cabalgando por la voluntad y la intuición, buscando el ideal en castillos escarpados se pretende liberar el secreto, develarlo, cuidarlo, acurrucarlo mientras mariposea la ígnea naturaleza que nos lleva por la vida, que nos hace romper atavismos, el estado de las cuestiones que no muestran la dialéctica sin antes develar la lógica articuladora. Por ello, somos hombres que no podemos permanecer en el crisol eternamente, estamos hechos para convertir nuestra vida en una apología, para después llegar a escribir una biografía a manera de paradigma luciferino.
Allá iremos, combatiendo a quienes juegan, lucran, medran, se esconden y se colocan con la institución sin comprometerse con la Escuela de Misterios. A ellos les digo, la verdadera masonería jamás podrán conocerla, tocarla, ni vivirla, ni sentirla. La pasión masónica no les pertenece, ni nunca podrán paladear sus más augustos y deleitantes satisfactores que brinda al obrero del Gran Templo. A quienes devotos nos entregamos a ello, el momentum siempre nos pertenece.
29.01.11, E:.V:.
Frat:.

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