martes, 3 de noviembre de 2009

La Humildad



La Humildad


Si me das humildad, no me quites la dignidad
Mathama Gandhi

La humildad es una virtud que en aras de ser justa, no se contempla a sí misma, por que hacerlo así dejaría de serla: su falta de perspectiva le brinda grandeza. Es una grata acompañante, fiel y pasajera que al menor indicio desaparece. Tal y como ocurre con la inspiración, una vez dilapidada, pocas veces se le encuentra de nueva cuenta en nuestra existencia. Poseerla es lograr fundirnos con nuestra obra magna, lograr vivir en el aquí y en el ahora nuestra misión trascendente para esta existencia, incluso por encima de nuestro propio orgullo. Es saber reconocer que en el devenir de nuestra vida, tenemos que ceder nuestro protagonismo o interés egóico en aras de concluir nuestra misión, para el progreso del género humano.

La palabra proviene del latin “humilitas”, humillarse, que a su vez se desprende de “humus”, tierra, que evoca nuestro origen planetario. La generosa Gaia, como buena madre, brinda al ser humano todo lo necesario para desarrollarse en amplia perspectiva, a la vez que lo reintegra a su seno, perdiéndolo en el anonimato de un sepulcro.

Es de un carácter firmemente terrestre el tener los pies bien puestos sobre el piso, con la convicción que brindan nuestras acciones y la estatura que nos permite nuestra conciencia tranquila, asumiremos con poseer tal virtud, la rectitud de nuestro caminar por el sendero.

Aunque durante el diario laborar pudiéramos caminar como en ballet, encorvarnos o prosternarnos a conveniencia, con el tiempo y la evolución acumulada nuestra firmeza de voluntad, ponderarnos en nuestra justa dimensión nos vuelve congruentes, de una sola pieza.

Es preciso aclarar que volverse tierra no es arrodillarse. Eso jamás será bien visto por la masonería, ni para ser ordenado caballero y recibir algún honor profano, masónico o religioso. Es denotar una falsa humildad en aras de obtener un beneficio que llenará de poder y orgullo al recipiendario, a cambio de fingir volverse tierra colocando una rodilla en el piso.

En este tenor humillarse lo concibo como volverse tierra cuando es preciso reconocer la necesidad de fundirse con las opiniones de los demás y reconocer que somos parte de la especie humana con sus virtudes y defectos. Visto así, en ese determinado contexto, nuestra opinión es tan valiosa como la de los demás y no es necesario hacerla prevalecer por encima de la de los demás.

Asimismo, es una actitud propia de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo. A la vez, cuando esta virtud se introyecta, nos permite observar la distancia que nos separa del resto de las virtudes y cobrar conciencia de lo necesario que es poseerlas. Nos sitúa en el centro de nuestro ser, en el aquí y ahora y nos permite oponernos frontalmente a la soberbia, que en ocasiones se disfraza de humildad. Es entonces, una virtud transversal, porque afecta a la generosidad, a la dignidad, la valentía, a la justicia, y como la justicia es el puente entre las columnas del saber y la intuición, es necesaria para elevar nuestra conciencia.

En la literatura masónica, a la humildad la conceptualizan como el respeto a la opinión de otro y a la desconfianza de la propia en los casos de duda, la obediencia a la ley que la mayoría establece y el empeño en cumplir los deberes que cada uno tiene en el gran taller de la asociación humana, para que los demás nos consientan el uso de nuestros derechos.

La consideran el esfuerzo más puro e indispensable para inculcar al ciudadano, porque nacemos con el sentimiento de gozar y de elevarnos a la altura en que se hallan los más poderosos, y sedientos de gloria y bienandanza, embriagados en la juventud por el exceso de savia que corre por nuestras venas, sea cual fuere el punto de la escala social en que nos encontramos, al tender la vista alrededor no encontramos ningún puesto vacio, y nos sublevamos contra la asociación y los que nos obstruyen el camino, y si nuestros padres o maestros no nos enseñan a vencernos, a sacar el mejor partido de nuestra condición, sublimándola con la honradez, el estudio y el trabajo, el odio a la superioridad que existe se une al odio a la igualdad que nos nivela y los principios grandiosos de Libertad y Fraternidad son para nosotros palabras huecas, sombras de desconocidos fantasmas. Entonces la justicia es el abuso de la fuerza y la moral un comercio; así extraviada la conciencia es legítimo utilizar cualquier fin para lograr lo propuesto.

Recordemos siempre que los más humildes y temerosos de la ley, por esa condición de congruencia, son los más valientes contra sus enemigos y sufrirían mil privaciones antes de verse vituperados. Los menos humildes son capaces de perder la dignidad por saciar sus ambiciones a-costa de lo que sea.

En cambio, un hombre digno y modesto que sabe dominar sus pasiones y ceder a la voluntad de los otros en lo que no manche su honra ni la de sus hermanos, es aquel que merece llamarse humilde. Pero si se confunde ser humilde con ahogar en nuestro corazón nuestras legítimas aspiraciones y nos supone una obediencia pasiva, postrada, esperando misericordia, es entonces un vicio que destruye la dignidad del hombre.

Mis queridos hermanos, los invito y exhorto a que en nuestro diario accionar, manifestemos nuestro conocimiento y dominio acerca de esta hermosa virtud permitiendo que nuestra humildad se manifieste como el silencio de nuestros deseos, en armonía con una estentórea sinfonía de nuestra conciencia transformada ante el mundo exterior y ante nosotros mismos, quienes debemos ser los jueces más ubicuos y asertivos de nuestras acciones.

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