Reflexiones sobre la Transición del Quién Soy hacia el Encuentro con nuestra Vocación Masónica
En el periodo de nuestras vidas en el que nos hacemos iniciar como masones, frecuentemente nos asedian una serie de dudas, relacionadas con este nuevo ámbito de nuestras vidas, una responsabilidad por guiarnos por el sendero de la evolución individual, lo cual nos hace preguntarnos constantemente quiénes somos. Muchas veces en dilucidar la respuesta extraviamos el camino o desperdiciamos más energía de la que deberíamos, distrayendo nuestra atención de nuestros asuntos, presos de angustia, incertidumbre o de vacío existencial. En realidad, más allá de poder definir con determinadas palabras, modelos ontológicos o ecuaciones quienes somos, deberíamos de encontrar nuestro propio ritmo, el leitmotiv de nuestra existencia y lograr determinar si en verdad la masonería conforma parte de nuestra vida, si existe algo dentro de nosotros que nos impela a desbastar nuestra piedra bruta, es decir, a buscar la verdad, el bien, la justicia, conocernos a nosotros mismos, participar en mejorar nuestro entorno con toda nuestra fuerza y vigor – como se dice masónicamente, trabajar en la Gran Obra-, ser más felices, mejores seres humanos, más sabios, más cuidadosos, más alertas, más despiertos en suma.
Hace algunos ayeres realizamos un trabajo masónico denominado “Quién Soy”, de donde considero, los resultados del mismo, planteados en papel fueron un tanto magros, a comparación del esfuerzo que implicó desbastarlo, reflexionar con nosotros mismos y explorar nuestro interior, para poder decir quiénes somos. Recuerdo que me preguntaba cuestiones tales como las siguientes:
¿Soy lo que hago?
¿Soy lo que poseo?
¿Soy lo que domino?
¿Soy lo que dicen los demás que soy?
¿Soy lo que esperaba ser y lo que los demás esperaban de mi?
¿Soy lo que me gusta hacer?
¿Soy mis grados, títulos, diplomas y condecoraciones?
¿Soy lo que retengo en mi memoria? ¿Soy lo que pienso?
¿Soy con y como con quienes me relaciono?
¿Soy la suma de mis roles en sociedad?
¿Soy lo que amo? ¿Soy lo que deseo? ¿Soy de lo que carezco?
Recuerdo que cuando retiré todo lo anterior, mi identidad quedó conformada por la suma de experiencias y reflexiones en mi vida, a la vez que por la misión que aunque no la conozca la puedo sentir, tal y como siento la vida y la sangre que corre por mis venas. Soy lo que vivo, y lo que deseo ser, bajo unas condiciones únicas e irrepetibles y siento la vocación a dejar huella en mi entorno, mediante la obra que mi vida representa.
Si este llamado que se siente a realizar una obra grande, a poner una estrella más en el firmamento, con la puesta en marcha de los buenos oficios de que soy capaz, es una vocación, entonces la vocación masónica existe en mí.
Os recuerdo que la palabra vocación viene del término latín “vocare”, que significa llamado. Que es como una voz interior que nos impulsa a seguir hacia adelante en nuestras vidas. Al saber que definir quiénes somos está definido por esa pulsión en el pecho que nos arroja al vacío llenos de esperanza y magnetismo inaudito por encima de todo riesgo, para volcarnos de lleno a ejercer ese llamado de nuestro interior, que nos impulsa a develar el secreto que nos hace sentirnos y ser masones.
Independientemente de la filiación masónica, la vocación de construirse a sí mismo es algo que existe en el ser humano, la evolución es ineludible como especie. Como individuo es extraviable.
Es el llamado interior a superarse, a construir una vida diferente de la que se ha llevado. Es por extensión, darle sentido a los hechos del pasado y resignificarlos ordenadamente, de tal manera que nos sean útiles en nuestro camino.
El llamado de la masonería debe ser sumamente fuerte en aquellos quienes deciden abandonar su vida cotidiana, entre sueños y penumbras, porque es preciso sentir profundamente el clamor interior con tal intensidad que nos permita naturalmente alejarnos de los vicios. Es entonces esa, la finalidad de la iniciación masónica.
Es la vocación masónica también, nuestra capacidad de alejarnos de nuestros hábitos y costumbres cotidianos de hacer el mal; que necesariamente, por simple repetición implican al hombre poco virtuoso el adquirir presteza, habilidad, soltura y facilidad para actuar equivocadamente, contentando sus instintos, que cobran penosa factura causando ansiedad, desesperación y frustración si no se satisfacen en el instante y la manera requerida. Más aun: cuando en algún momento de lucidez se adquiere la certeza del tiempo transcurrido y que jamás regresará, se asesta el golpe final a la soberbia del vicioso, que ha corrido persiguiendo fantasmas que jamás existieron.
Para tales efectos, es preciso poner un cuidado particular en nuestra formación masónica, aprendiendo a manejar las virtudes, conocerlas y evitar confundirnos. Estar muy alertas en cuestiones del ejercicio de la prudencia, que no es sino la virtud de poner en movimiento las demás virtudes, ser estratega al momento de manifestarlas en acción, sin descuidar ni minimizar los riesgos que implican. Asimismo, es desenmascarar a nuestras pasiones que se esconden muchas veces detrás de nuestro rostro más humano y filantrópico.
Or:. de Mor, a 6 de marzo de 2010, E:.V:.
Fraternalmente,
MDP
¡Es Cuanto!
martes, 9 de marzo de 2010
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